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jueves, 9 de enero de 2020

Mi Prima Johanna (Mini Relato)


Llegó de visita el último verano. Alta, bien formada, bonita. Diecinueve años. Al verla recordé esas tardes del verano de nuestra niñez cuando con los demás amigos nos bañábamos desnudos en el río que cruza La Realidad. Entonces éramos inocentes.

Parecíamos Adán y Eva antes de comer la manzana. Los veranos siempre han sido demasiados calurosos en nuestro pueblo. Después del almuerzo, solíamos irnos al río, y allí, calatos, pasábamos el resto de la tarde. A orillas del río nos dimos cuenta que nuestros cuerpos empezaban a cambiar. Nuestros sexos se llenaron de vellos, los pechos de Johanna empezaron a crecer, las vergas de los chicos se ponían duras, empezamos a mirar furtivamente a las parejas que iban a orillas del río a fornicar.

A los quince años Johanna partió a los Estados Unidos a reunirse con sus padres. Ahora estaba de vuelta. De aquella chiquilla delgada y sin muchas formas no quedaba nada, solo la carita de ángel y los ojos oscuros.

Mientras conducía a La Realidad, de reojo le miraba los muslos que la minifalda a duras penas alcanzaba a cubrir. Piernas largas de ballerina, lampiñas, rodillas brillantes donde se reflejaba el sol como en una laguna. Allí debajo de la minifalda estaría su secreto que alguna vez vi cuando jugábamos a orillas del río. ¿Lo tendría peludo o pelado? Lo recordaba cubierto por una pelusa brillante como el oro. Por el escote se veía que tenía buenas tetas, mucho mejores de las que conservaba en la memoria. Sin querer, la verga se me puso dura. ¿Ya habría tenido intimidad? Yo hace tiempo que me había empezado a acostar con putas, con compañeras de la universidad. Siempre que había hecho el amor, había recordado a Johanna.

El río circulaba a nuestra izquierda. En esas aguas nos habíamos bañado hace varios veranos.

–¿Siguen yendo al río? –me preguntó.

–No –le dije–. Hace tiempo que dejamos de ir.

Por lo visto, también se acordaba.

–Podemos ir los dos, ¿no? –dijo, sonriendo.

–Claro –dije.

Tuve ganas de preguntarle ¿y nos bañaremos calatos como antes? Llegamos a casa. Después de los saludos de rigor, Johanna se fue a descansar porque estaba agotada por el largo viaje.

–Llama a tu prima –me dijo mamá–. El almuerzo ya está listo.

Entré al cuarto de mi prima. Johanna estaba dormida. Tenía las piernas recogidas. Estaba sin ropa interior. Allí estaba su sexo pelado. Sobresalían sus labios oscuros. Qué puta. ¿Tanto calor tendría abajo que se había quitado el calzón? Se lo contemplé.

Acercarme, darle un beso, chupárselo, olerlo. ¿Sabría igual que las otras chuchas que había tenido en mi boca? ¿Lo sabría algún día? Salí sin que se diera cuenta y toqué la puerta.

–Johanna, a almorzar.

–Voy –dijo después de un rato.

Mamá le preguntó si tenía enamorado. Tuve, dijo ella. ¿Cuántos habría tenido? No se lo pregunté por temor a que dijera cinco, seis.

–¿Vamos al río? –propuso después del almuerzo.

Fuimos a caballo, ella sentada detrás de mí. Sentía sus tetas pegadas en mi espalda. Sentía sus pezones restregarse en mí, ponerse duras.

Llegamos al recodo donde solíamos bañarnos hace años. Aún podía verla calata saltando sobre las piedras para cruzar al otro lado, o de cuclillas mientras lavaba las frutas que robábamos de las chacras vecinas. Entonces yo le miraba el sexo con curiosidad, sin malicia. Veía ese agujero colorado y lustroso como lo más natural del mundo.

Nos sentamos sobre una piedra redonda, blanca.

–¿Has tenido enamorada, Agustín? –me preguntó. Sus pies jugaban entre sí dentro del agua.

–Sí –le dije.

–¿Cuántas?

–Un par. ¿Y tú?

–También un par.

Reímos.

–¿Y ya lo has hecho?

–¿Hacer qué? –pregunté, fingiendo que no entendía su pregunta.

–El amor.

¿Decirle que no?

–Sí –dije–. ¿Y tú?

Silencio. La imaginé cabalgando sobre una verga, gimiendo con los ojos cerrados, pronunciando el nombre de su amante, pidiendo más.

–Un par de veces.

–¿Y te gustó?

–¿A quién no le gusta hacer el amor? –dijo.

Puso una mano sobre mi sexo.

–La tienes grande.

Nos besamos. Bajó el cierre de mi pantalón y me la agarró. La movió hasta que se puso dura y luego se puso de cuclillas y se la metió en la boca. Chupaba con maestría, como esas putas de las películas pornos. Mientras ella me lo mamaba, yo le acariciaba los cabellos, la espalda, las tetas. Con mi pie derecho empecé a acariciarle el sexo.

Aparté su calzón y se lo acaricié sintiendo cómo se mojaba, cómo se hinchaban sus labios, cómo se endurecía su clítoris. Era mi turno. Se sacó el calzoncito y se sentó en la piedra con las piernas abiertas. Hundí mi boca en su Secreto. Se lo lamí meticulosamente. Le chupé el clítoris hasta que alcanzó su primer orgasmo. Después se la metí. Me moví hasta que terminé dentro de ella.

Por Agustín de Luisa

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