Parte 1
Hace tiempo leí un relato sobre relaciones entre familiares. En el mismo se afirmaba lo siguiente:
“Acostarse con un familiar no es algo que se desee, no es lo habitual, no es una fantasía, pero a veces la vida te lleva a situaciones inesperadas que, o bien no saben resolverse, o bien se resuelven de una forma deseada”
Esa frase se me metió en la cabeza, y hasta hace poco no descubrí su verdadero significado. Descubrí lo que es tener sexo con una persona de tu familia, una de esas tan cercanas con las que convives desde que naciste.
Esta historia tuvo lugar en una época del año donde es habitual que sucedan tórridas situaciones, porque todo invita a ello: la temperatura, la falta de ropa, el alcohol…
Tengo una pequeña familia formada por mi mujer, con la que llevo de relación más de veinte años entre noviazgo y matrimonio, y un pequeño demonio de nueve años que es mi pasión. Las relaciones de pareja pasan por infinidad de etapas: pasión en los inicios, aburrimiento en los años siguientes, rupturas temporales, reencuentros fogosos, vuelta al aburrimiento…y todo ello deriva en una de estas dos cosas: ruptura definitiva o costumbre.
Sí, costumbre. Cuando una pareja se acostumbra la una a la otra es muy fácil que lleguen juntos al final de sus días aunque ya no exista pasión, y casi ni amor. Lo malo, es que la libido suele estar ahí hasta casi bien entrada la vejez, y la libido es la responsable de muchas cosas buenas y malas en las relaciones humanas.
Mi hermana es de esas personas que no se acostumbró a su matrimonio, con lo cual lo que hizo fue separarse y empezar a vivir la vida loca, como dice la canción. Llegó a un acuerdo con su ex-marido en lo que a la custodia de sus hijos se refiere, y disfrutó de quince días de vacaciones sin niños: «un lujo» según ella.
¿Adivinas dónde pasó esos primeros quince días de soltería renovada?
Obvio que en nuestra casa. Vivimos en la costa, ¿y qué mejor lugar para pasar unas vacaciones que cerca de la playa sin tener que gastarse un duro?
Nuestra relación, a lo largo de los años, no es que hubiera sido ni buena ni mala, simplemente distante. No recuerdo ningún episodio de afecto mutuo, ni ninguna situación subida de tono entre ambos en la adolescencia. Jamás se me ocurrió espiarla ni hurgar entre su ropa sucia, o sus posibles cosas en busca de algo con lo que erotizarme o chantajearla. Ella es seis años mayor que yo, y a esas edades cuando yo todavía jugaba con los clics, ella seguramente se estuviera dejando manosear por algún malote en la parte de atrás de un Seat.
Y allí estaba ella, con su rotundo pero bonito cuerpo de profesora de gimnasia más cerca de los cincuenta que de los cuarenta. Con una pinta de «guiri» que echaba para atrás: muy blanca de piel, con un sombrero de ala bastante grande, dos maletas enormes y nada más que una falda y una blusa escotada.
La recogí en la estación a las seis de la tarde de un 15 de Julio y tras los protocolarios besos y «qué tales» nos fuimos a casa en coche. Me fijé —sin nada de erotismo— en sus desnudas piernas y en su sonrisa propia de toda persona que inicia unas vacaciones.
—Qué contenta te veo, ¿eh?
—Pues claro «Tate», no tenía quince días para mí sola desde antes de casarme. Estoy entusiasmada.
—Me alegro, además la semana que viene tendrás la casa solita para ti.
—Vaya, ¿y eso?
—Ya te lo dije por Whatsapp, me voy a casa de mis suegros con Lucía y el niño. Una especie de «vacaciones»
—¡Es verdad! No lo recordaba. Bueno, pues tendré que conocer a alguien. ¿Tenéis vecinos o algo para presentarme?
—Sí claro que sí, vamos a la playa con un grupo de…—Caí en la cuenta de mi error y no supe cómo salir del atolladero.
—¿De qué?
No dije nada y seguí conduciendo, por suerte el tráfico estaba a tope a esa hora de la tarde y lo utilicé como excusa.
—No sé, si tiro por esa calle tardaremos menos. —El remedio fue peor que la enfermedad, porque por el dichoso atajo fuimos a dar a un polígono en el que a plena luz del día, decenas de prostitutas ofrecían sus servicios. El clima ayudaba y estaban todas casi desnudas.
—No me digas Tate que te conoces este sitio como un atajo—rio mi hermana.
No supe cómo reaccionar, me puse rojo y empecé a sudar. Comenzaban bien las vacaciones…de ella.
Llegamos a casa y por fortuna no volvió a preguntar lo que quise ocultarle con recelo. Aunque no tardó mucho en averiguarlo.
Vivimos en un modesto adosado de dos plantas, pero al que no le falta de nada: una pequeña piscina elevada, barbacoa, solárium y porche. Ideal para el verano.
Mi hermana se saludó con mi mujer, con la que no se llevaba, igual que conmigo, ni bien, ni mal; y corrió a coger al pequeño hasta achucharle. Me gustaba verlo con más gente que nosotros, y me agradó aquella escena.
—La próxima te traes a los tuyos para que jueguen juntos —dijo mi mujer.
—Pues no me lo digas dos veces, que a finales de agosto no tengo dónde ir, y quedarnos en la ciudad en esa época va a ser un poco infierno con los dos —respondió mi hermana.
—Te lo digo completamente en serio, nosotros nos vamos ahora unos días, y desde principios de agosto estaremos aquí, así que vente otros días y así están juntos.
—Trato hecho, cuñada.
Se fueron juntas al cuarto de invitados, que estaba justo en frente del nuestro, y se pusieron a cotillear un poco. Yo me fui con el pequeño a la piscina y estuvimos jugando un rato. A los pocos minutos apareció «la tita» con un trikini de estos que dejan el escote muy abierto y, sin maldad, lo juro, me fijé en su pecho. Era un pecho grande, de los que llaman la atención, y le dije con sorna:
—Cuerpazo.
—Se hace lo que se puede —sonrió ella.
La verdad que su trabajo le permitía tener ese físico tan cuidado. La piscina no es muy grande, por lo que al saltar dentro de ella en plan bomba, salpicó muchísimo y me puso perdido. El niño se lo pasaba en grande con su tía y decidí salirme para dejarlos jugar solos.
Comida y siesta, lo que todo buen verano se merece. Y por la tarde se vino el primer acontecimiento peliagudo: visita a la playa.
¿Y por qué esto tiene que ser peliagudo? Por que mi mujer y yo hacemos nudismo y tenemos un grupo de amigos nudistas con los que vamos siempre a la misma playa. Unas bonitas calas con acantilados, que se comunican unas con otras por caminos naturales, tanto por el acantilado, como por la misma playa. Nos quedan a quince minutos en coche y son una delicia.
—¿Qué hacemos, vamos con ella, vamos a otra playa? —preguntó mi mujer.
—No sé, yo creo que mejor nos vamos a la que nos queda más cerca y ya si eso le presentamos mañana a Marcos, y si quiere, que vaya con ellos la semana que viene ¿no? —respondí.
—¿Quién es Marcos? Espero que esté soltero y buenorro —dijo de repente mi hermana que había escuchado la conversación. —A ver ¿cuál es el problema?
Me quedé sin saber qué decir, pero mi mujer, mucho más responsable, ¡dónde va a parar!
—A ver, cuñada, tu hermano y yo hacemos nudismo desde hace un año más o menos, conocimos a una pareja cuyo hijo era amigo de tu sobrino, y nos animamos a hacerlo con ellos. Poco a poco fuimos conociendo más amistades de ellos, y tenemos un pequeño grupito.
Mi hermana se quedó en silencio, pero al instante soltó una carcajada.
—Pues genial, me apunto, así veo pililas al aire —dijo divertida.
—Y sí, Mario está soltero y está bastante bueno.
—¡Oye! —le di un codazo a mi mujer
Total, que las cartas ya estaban sobre la mesa y a pesar de que a ellas dos no parecían cortadas, yo sí lo estaba. Y mucho.
No me apetecía ir empelotas delante de mi hermana, mi idea era pasar esos dos días hasta que nos fuéramos mi mujer y yo, en otras playas y luego que ella hiciera lo que quisiera durante el resto de su estancia allí.
Pero no, mi mujer tuvo que soltarlo. En el fondo ella parecía sentirse orgullosa de ser una nudista, novata pero nudista se repetía. El tema es que cuando fuéramos a casa de sus padres, ese orgullo lo taparía de la forma más ocurrente posible.
—Cuando vayamos a casa de tus padres les voy a decir lo mismo, que si se vienen con nosotros a las calas nudistas de allí —dije cuando nos quedamos a solas.
—Pues mira, ya a estas alturas de la vida me da igual —dijo dejándome a cuadros.
—Lo dices con la boca pequeña. Porque sabes que no lo haré.
—Te lo digo en serio, haz lo que quieras. Mis padres están ya muy mayores y …
—Pues se lo diré a tus dos hermanos, que con eso de que están ahora haciendo tanto deporte tendrán cuerpazos.
Me sacó la lengua y se marchó de la habitación.
A las seis y media de la tarde llegamos a la cala donde solíamos reunirnos con nuestros amigos. Íbamos como cualquier bañista que se precie: sombrilla, bolsa con toallas, hinchables para los niños, y una pequeña nevera para unas cervezas cuando cayera el sol. La diferencia es que bajo los pantalones no llevaba bañador, ni siquiera calzoncillo, y mi mujer un simple tanga. ¿Mi hermana? Pues no me fijé, pero supuse que llevaría su trikini.
Cuando bajamos las empinadas y casi inexistentes escaleras de acceso a la cala, saludamos a nuestros amigos e hicimos presentaciones pertinentes.
Lidia y Marcos, la pareja más joven del grupo: 29 ambos, nada atractivos, pero con una vitalidad que contagiaba al resto del grupo.
Lourdes, la soltera, entrada en kilos pero con una bonita sonrisa y objeto del deseo de muchos.
Jesús, Elisa y Pepe. Pepe es el amigo de nuestro hijo y el culpable de meternos en aquel lío. Ambos por encima de los cuarenta años, fondones pero con gran corazón.
—¿Dónde está Mario? —dijo mi mujer.
—Me parece que hoy no puede venir —respondió Jesús, creo que tiene trabajo.
—Mucha turista para ponerse en forma, es la época —contribuyó Elisa.
Reímos todos, y mi mujer puso cara de circunstancias a mi hermana. Esta, lejos de entristecerse estaba encantada. Es un tanto extraño dar besos en las mejillas a personas que, primero, no conoces, segundo están desnudas, tercero, tú estás vestida.
Supuse que por dentro estaba nerviosa y divertida, porque nuestros amigos, lejos de ser ideales de belleza de hoy en día, lo tomaban todo de forma más natural que si estuvieran vestidos. Y como complemento, se daba la casualidad de que tanto Marcos como Jesús, portaban dos enormes trofeos entre sus piernas. Trofeos que, aunque fuera de soslayo y aunque estuvieran en estado de reposo, mi hermana tuvo que fijarse.
Llegó el momento de la verdad, me iba a despelotar delante de mi hermana, como cuando nos bañábamos en la tinaja del pueblo cuando éramos niños. Aunque de aquello yo solo recuerdo las fotos que nos enseñaron nuestros padres.
Procuré separarme de ella todo lo que el grupo daba de sí, me puse al lado de Lidia y Marcos y me quité la camiseta y los pantalones. Me senté su lado e inicié una conversación banal esperando que la situación pasara.
No pasó.
Mi mujer me llamó para que fuera a jugar con los niños. Le dije con gestos que fuera ella, y con gestos ostensibles me dijo que fuera yo.
Y se dio la casualidad de que cuando llegué a su altura, mi hermana se estaba quitando la parte de arriba del bikini y dejando al aire su imponente delantera. Tragué saliva y no le di importancia, cogí a los niños y el flotador y me los llevé al agua.
No sé si me miraron el culo, aunque no me importó. En el fondo, a todos nos gusta que nos miren. Y yo, sin tener un cuerpazo de gimnasio, hacía el suficiente ejercicio como para tener los glúteos, las abdominales en su sitio. Que pasados los cuarenta años ya es mucho decir.
Un poco de chapoteo, unos lanzamientos al aire, un poco de holgazanería sobre el hinchable y vuelta con el grupo, le tocaba el relevo a Lourdes.
Al llegar mi mujer y mi hermana tumbadas boca abajo, las dos desnuditas y charlando con el resto del grupo. Mi hermana se giró, me vio de lleno y sonrió, supuse que sin maldad. Pero yo seguí con la estrategia de ponerme lejos y me senté de nuevo al lado de Marcos.
—¿Qué te cuentas? —Dijo.
—Poca cosa, con ganas de vacaciones,¿ y tú?
Se acercó a mi oreja y me susurró.
—Tu hermana no es nudista, ¿verdad?
Me encogí de hombros y giré la cabeza. No me apetecía hablar de ello, aunque era normal que fuera la comidilla del grupo. Me quedé unos minutos mirando al mar, ensimismado, extraño, como con ganas de no estar allí.
De nuevo las voces de mi mujer me sacaron del trance. Que cuándo iríamos a la otra cala, la más escondida.
La cala más escondida era para ir sin niños, porque era habitual que cuando cayera la noche las parejas y no tan parejas dieran rienda suelta a la pasión.
Nunca habíamos ido a esa cala. Al menos ella y yo juntos, pero yo sé que ella sí había ido con las dos chicas. Y yo también había ido con los dos chicos.
Era obvio que querían molestarme, porque los demás reían, incluida mi hermana. Habrían estado hablando de ello, y mi mujer quería ponerme en un aprieto. Pero me había cansado de estar incómodo. Así que me levanté, orgulloso de mi anatomía y me puse los brazos en jarras.
—Ahora mismo, ¿quién se viene?
Mi mujer calló por un segundo y todos se quedaron sorprendidos.
—Venga, valientes, ¿quién se viene?
—Yo voy, dijo Marcos.
—Venga, ¿alguien más?
—Y yo, dijo Lourdes.
Miré a mi mujer, noté la mirada de mi hermana pero la obvié. Mi mujer estaba como con ganas de decir algo pero no se atrevía.
—Sister, ¿te vienes?
Ella tosió, como que no se lo esperaba. Miró a mi mujer como pidiendo permiso, y esta se encogió de hombros.
—¿Yo?
—Venga, si es una tontería en el fondo, además es pronto aún…
—¿Pronto? —Dijo ella.
Se notaba que estaba nerviosa, no se esperaba mi reacción.
—¿Tú te quedas con los niños, no? —Dije a mi mujer.
Ella asintió, resignada.
—Venga sister, vente, ya que te has despelotado por primera vez que sea a lo grande.
Lourdes la ofreció la mano. Ella dudó, pero al final se la tomó y se levantó.
Nos fuimos los cuatro y me giré para sacarle la lengua a mi mujer que me hizo una peineta, aunque sonriendo.
Llegamos al final de nuestra cala, y para acceder a la otra debíamos transitar por unas pequeñas rocas que, sin representar un gran esfuerzo, desnudos y sin calzado, tenían una cierta dificultad. Marcos le ofreció la mano a Lourdes y la ayudó a subir con un pequeño empujón en el culo. Entre nosotros no había ni rastro de intenciones sexuales. Ya lo teníamos todo muy hablado, y el único que se quizá se habría saltado la norma era Mario. No lo sabíamos a ciencia cierta, pero era más que probable que alguna de las tres mujeres del grupo, o las tres, hubiera caído. Eso incluía a mi mujer, sí, pero la costumbre es la costumbre, y no estaba yo por la labor de joder esa costumbre. Además, la que más papeletas tenía era Lourdes, por su soltería y tal.
Tal y como acabo de decir, la sexualidad no formaba parte de nuestro grupo nudista, y nos conocíamos los cuerpos de todos y cada uno de memoria, así que un empujoncito en el culo no suponía mayor problema. En mi caso era distinto, tocarle el culo a mi hermana y verla sus partes íntimas desde atrás no estaban en mis planes al comenzar el día.
Y me azoró que me fijara más de lo debido en ello.
Dicen que la curiosidad mató al gato.
Una vez en la otra cala, a simple vista no había nada que llamara demasiado la atención.
Predominaban los hombres solos, siendo la homosexualidad la dominante del lugar.
—No es para tanto, como ves —dijo Lourdes a mi hermana.
—¿Qué querías decir con lo de la hora? —Me preguntó ella.
Suspiré y contesté porque no tenía sentido intentar ocultar nada.
—Pues que hasta que no cae el sol, no suele haber movimiento.
—¿Movimiento?
—Folleteo —me ayudó Lourdes
—¿Y tú cómo sabes tanto? —Terció Marcos.
Lourdes le sacó la lengua y siguió caminando.
—No, no, Lourdes. Ahora lo cuentas —dije.
Ella se plantó con los brazos en jarras. Me miró, nos miró a los tres.
—¿Qué quieres saber?
—Si has estrenado esta playa —dijo Marcos.
--¿Por qué no habláis claro?
—Joder Lourdes, pues porque nos da vergüenza —dije.
—Pero tío, con la confianza que tenemos y todo lo que hemos hablado te da vergüenza preguntarme eso.
—Supongo que será por mí —dijo mi hermana. — No te cortes, Tate. Si total, ya, de perdidos al río.
Me daba mucha vergüenza mirarla, y lo hice de forma fugaz. El tema es que al agachar la mirada me fijé en sus bonitos y firmes pechos. Craso error.
—Venga va, tienes razón, Lourdes. ¿Has «follao» o no has «follao» en esta playa?
—A ti te lo voy a decir, sátiro —dijo entre risas.
—Serás…
La cogí por sorpresa y la levanté en volandas hasta tirarla al agua. Ella me llamó de todo y yo la señalaba riéndome. No la vi venir.
Mi hermana me asaltó desde atrás y se subió a mi espalda. Sí, noté sus tetas sobre mi chepa y una punzada de culpabilidad me asaltó. Pero no hubo tiempo porque Lourdes vino corriendo hacia mí y entre las dos consiguieron tirarme al agua también. Por el camino más de una porción de piel toqué sin saber a quién de las dos mujeres pertenecía.
Marcos, no iba a ser menos, y cuando me desembaracé de las dos fieras, vino a reclamar su parte de juego ¿y de carne? Se fue directo a por Lourdes, pero antes de que pudiera abordarla esta dijo.
—Guerra de caballitos.
No era la primera vez que hacíamos la típica tontería adolescente de la guerra de caballitos desnudos. Ni tampoco con mi hermana, pero las veces previas, con ella, siempre había bikini de por medio entre entrepierna y cogote.
Lourdes se subió encima de Marcos y mi hermana y yo nos miramos. Me encogí de hombros y me agaché para que se subiera.
Noté su calor, es biológicamente imposible no notarlo, y, a causa del juego, hubo roce. Mucho roce, porque ninguna de las dos se daba por vencida. Y cuando ellos perdieron, Lourdes reclamó venganza. Y jugamos otra vez. Y otra. Y cambiamos pareja. Y entonces pude fijarme en el rostro desencajado de mi hermana.
Estaba ¿cachonda?
Sí, lo estaba.
Porque cuando Marcos propuso que nos cogieran ellas en los hombros aceptó. Y se vino conmigo. Así que, aunque esté mal, le puse la polla sobre su nuca. Y también hubo roce. Y cuando decidimos que habíamos dado demasiado espectáculo, ya había caído el solo lo suficiente para que pudiera haber otro tipo de espectáculo.
Entre Marcos, Lourdes y yo teníamos claro que no podía haber ningún tipo de excitación sexual.
¿Lo teníamos claro?
Si mi hermana estaba cachonda, Lourdes no parecía estar muy lejos de estarlo. Porque fue ella la que dijo que siguiéramos caminando hasta el final de la cala.
—¿Dónde nos llevas, Lourditas? —Dije.
—No me llames Lourditas o te la corto.
—No se la cortes por favor, que para algo bueno que tiene —dijo mi hermana consiguiendo sacar una carcajada de todos. De todos menos de mí que contraataqué.
—Sí, en la familia los apéndices son los que más se valoran. No hay más que ver tus pechotes.
Volvimos todos a reír.
—Oye, pues muy modernos vosotros, ¿eh?. Yo si viniera mi hermano aquí me moriría de vergüenza —dijo Lourdes.
—¿Por qué? —Dijo Marcos.— ¿La tiene muy grande o muy pequeña?
Lourdes le dio un codazo y le llamó salido y más cosas.
Entre risas y complicidades llegamos al final de la cala, y la luz se estaba marchando. Y entonces los vimos.
Una chica con dos amigos, retozando en las toallas en pegamos a una roca que les tapaba en parte, pero dejaba ver otra gran parte de sus maniobras.
Lourdes le dio la mano a Marcos y nos miró. No hizo falta decir más y le di la mano a mi hermana sin ser capaz de mirarla a los ojos. Caminamos muy despacio hasta llegar hasta casi la altura de los chicos. La chica estaba tumbada entre los dos chicos y mientras se besaba con uno, masturbaba al otro que se perdía entre los pechos de la muchacha.
Noté cómo mi hermana me apretaba la mano, pero cuando la miré, sorprendido por ello, aflojó.
—¿Qué hacemos aquí?— pregunté.
—Tú querías venir —dijo Lourdes.
—Por que me tocasteis los huevos —respondí.
—Pues mira, ahora te los van a tocar otra vez —dijo Lourdes.
Y sin mediar otra palabra más me agarró la polla y empezó a masturbarme.
—¿Pero qué haces, tía? —Dije echándome hacia atrás. Pero mi polla reaccionó al breve estímulo.
—Calla, lo que pasa en esta cala se queda en esta cala —replicó ella, mirando a mi hermana y guiñándola un ojo.
Marcos fue entonces hacia mi hermana y se puso a tocarla los pechos por detrás, pero ella se apartó.
—Por favor, no.
La miré entonces, miré a Marcos que captó el mensaje y se retiró. Lourdes lo llamó y le agarró de la cintura para besarlo. Todo esto sin dejar de masturbarme. Se dieron un buen lote allí delante nuestra. Yo ya tenía la polla bien dura y caliente y ellos seguían magreándose sin mirar hacia ningún sitio que no fueran sus párpados.
Mi hermana hizo el intento de soltarse pero le apreté la mano para que no se escapara. La miré, ella miró hacia abajo para ver como Lourdes no paraba de machacar mi polla.
—¿Nos vamos? —La dije en voz baja.
Ella se encogió de hombros.
Se encogió de hombros.
Si te quieres ir de un lugar sales corriendo, no hay mano que te retenga.
Si te preguntan si te quieres ir y realmente te quieres ir, dices un sí rotundo.
No te encoges de hombros.
Y siguió mirando cómo Lourdes me masturbaba. Pero Lourdes se cansó de masturbarme y se puso a cuatro patas.
—¿Quién de los dos me va a follar?
Marcos no dio ni opción, se puso detrás de ella y la penetró con su enorme estaca.
Tras tres o cuatro gemidos, invitó a mi hermana a unirse.
—Nena, ¿te vas a quedar con las ganas —dijo girando la cabeza todo lo que pudo —follarte a tu hermano es una locura, pero seguro que a Marcos no le importaría cambiar. ¿Verdad Marquitos?
—No, joder, claro que no —dijo mientras la embestía.
A todo esto vimos como la chica también estaba a cuatro patas mientras uno de la follaba y se la chupaba al otro.
Miré de nuevo a mi hermana, le dije con la cabeza que se uniera a ellos pero ella rehusó.
Bajó la cabeza y volvió a encontrase con la imagen de mi polla. Me miró entonces de nuevo a los ojos, como interrogando. Entendí su pregunta.
—No pasa nada —dije sonriendo.
Lourdes y Marcos seguían a lo suyo. Pero Lourdes volvió a sorprendernos.
—Ven que te la chupe, que la tienes enorme —me dijo.
Obvio que mi polla pensó antes que mi cabeza, e inicié el primer paso para ir a metérsela en la boca. Lourdes tenía su atractivo. Soltera, cuerpo normal, y un sorprendente morbo, que era lo que en ese momento más me atraía. Fue como si de repente tu profesora de matemáticas te propusiera sexo. Así que mis sentidos me obligaban a ir a que la mamara.
Pero una mano me detuvo. Si antes yo había tirado de ella, en esta ocasión fue mi hermana la que me tiró de la mía.
La miré, me miró. Llevaba el no marcado en su mirada.
Lourdes gimiendo, Marcos bufando, la chica de más arriba chillando.
Yo con la polla dura, mi hermana a mi lado, desnuda, con dos tetas impresionantes y su mano aferrada a la mía.
Entonces tiré de dicha mano y la acerqué hasta mi polla.
Parte 2
Cuando llegamos a donde estaban mi mujer, los niños, Elisa y Jesús, un nuevo invitado irrumpió en escena.
Mario.
Mario y su imponente físico y sonrisa. Era ya prácticamente de noche, pero la luz de las pequeñas lámparas portátiles dejaba vislumbrar la silueta de los cuerpos.
—¿Pero dónde coño habéis estado? —Dijo Jesús.
—Pues follando, ¿qué íbamos a hacer allí? —dijo Lourdes
—Más bien, mirando follar como adolescentes salidorros —agregó Marcos.
Lo habíamos hablado, lo que pasa en la cala, quedaba en la cala. En el camino de vuelta sellamos el pacto y ensayamos la mentira. Era la primera vez que había sexo en nuestro grupo, al menos que yo supiera. Y debería permanecer en secreto.
Todo.
Cuando Mario vio a mi hermana se abalanzó como un guepardo lo hace sobre una gacela. Esta lo recibió solícita, y dejó que le pusiera la mano en la espalda.
Con ayuda de las cervezas y algo de picar, el ambiente se distendió y Lourdes contó como habíamos visto a la chica follando con los otros dos. Mintió diciendo que nos escondimos como críos mirones a disfrutar del espectáculo y cómo ellas nos tuvieron que sacar de allí arrastrándonos.
Sin duda sabía mentir muy bien, y entonces empecé a entender cómo se las gastaba mi amiga Lourdes.
—Yo me pregunto, con lo bien que nos llevamos y todo el día empelotas, cómo no nos hemos liado alguna vez entre nosotros —dijo.
Todos rieron nerviosos.
—Fácil, Lourditas, contigo al menos es porque no nos pones cachondos.
—Gilipollas, ya quisieras tú —dijo visiblemente ofendida.
Me la jugué porque podría haberme buscando un problema, pero me sacó de quicio su hipocresía mordaz disfrazada de humor. Me asqueó que se sintiera superior por haber roto un tabú entre nosotros.
Me acerqué a mi mujer y la di un beso. Me miró extraña, interrogándome con la mirada. Por supuesto, no dije nada.
Mario no se separó ni un minuto de mi hermana, y yo no les quité ojo tampoco ni un minuto. Salvo el rato que estuve jugando con los niños en el iPad.
La noche era agradable, pero pasadas las doce era hora de irse a casa. A la mañana siguiente tenía que trabajar.
—¿Alguien se queda un rato? —Dijo Mario. —Yo mañana no trabajo.
—Yo tampoco —dijo, cómo no, Lourdes.
—¿Te quedas? —Mario preguntó a mi hermana que usó su gesto preferido de la noche: encogerse de hombros.
Lourdes se encargó de convencerla.
Y se quedaron las dos chicas y Mario, y Marcos se hubiera quedado sino llega a ser porque Lidia le obligó a irse.
—No te preocupes, yo te la cuido —dijo Lourdes con toda la mala baba que pudo, mientras abrazaba a mi hermana por la espalda.
Ella, me miró como pidiendo permiso para quedarse, y yo, imitándola, me encogí de hombros.
Antes de irme, vi como Mario cogía a las dos chicas por la cintura y las llevaba al agua. Me mordí el labio de ¿celos?
Joder, estaba celoso. Lo que me faltaba.
Apenas hablé en el camino a casa y cuando el niño se quedó dormido mi mujer se puso seria y me preguntó qué me pasaba.
—Lourdes, que es una tocapelotas —dije cargado de razón.
—Pero eso ya lo sabemos, ¿qué ha pasado en la cala?
—Pues todo el rato diciendo que si no me da vergüenza estar desnudo con mi hermana —mentí—. Cuando hemos visto a los niñatos follar, pues lo mismo, todo el día con el tema de mi hermana.
—-¿Y no te da vergüenza?
Callé.
—Dime.
—Pues no sé, sí, al principio sí, pero luego ya no.
Eso lo dije cargado de razón. Era lo que sentía, pero ya no solo estaba hablando de desnudez sino de algo más.
—Bueno, déjala, ahora se las follará el Mario y se les quitará la tontería a las dos.
La miré, serio. Me aguantó la mirada. Solté una sonrisa falsa para quitarle hierro al asunto.
Dejé al niño en su cama, y cuando llegué a la habitación de matrimonio mi mujer estaba desnuda secándose tras la ducha. La cogí con violencia y la follé con dureza. Mentiría si dijese que no pensé en la experiencia de la playa en todo momento. Deseé que la espalda de mi mujer fuera la de Lourdes. Deseé que su culo fuera el de…
Me estaba volviendo loco y no habían pasado ni veinticuatro horas desde que mi hermana había llegado a casa.
Conseguí arrancarla un orgasmo que hacía meses que no tenía. Y se dio la casualidad de que yo no conseguí llegar. Tenía demasiadas cosas en la cabeza, imágenes y sensaciones que me lo impidieron. Así que la saqué para fingir una corrida «extraña» fuera de su interior. Acabé tumbado sobre ella que reía.
—Joder, nene, hace tiempo que no lo hacíamos. Vas a tener que ir más veces a la cala esa con tu hermana, parece que te anima.
Me incorporé y la di un azote en el culo llamándola pervertida.
Se levantó y se fue de nuevo a la ducha y yo me quedé con mis pensamientos. Tardó lo suficiente para que me quedara dormido cinco minutos, craso error porque eso, y la ducha que me pegué me espabilaron más de lo debido para una noche en la que al día siguiente habría de madrugar.
Todo ello sumado a la falta del orgasmo, a los incidentes de la tarde y a la desazón ante la tardanza de mi hermana en llegar, me desvelaron.
Así que me levanté.
Me levanté y puse la televisión.
Y busqué algo subido de tono porque tenía que correrme o no sería capaz de pegar ojo.
Y no sé si consciente o inconscientemente deseé que ocurriera.
Al poco rato de empezar a masturbarme entró mi hermana en casa.
Y lo hizo tan despacio que podría no haberla oído. Sí lo hice. Pero fingí no haberla escuchado.
—Joder Tate, no paras hoy, eh. —dijo sonriendo.
—Joder, sister —fingí sorpresa e hice como el que se tapaba.
Ella, borracha, se sentó el sofá de al lado.
—Menudo día.
—Y eso que es el primero, ten cuidado no te vayas de aquí preñada.
—Qué bruto eres.
—¿Yo? Me vas a negar que Mario y tú…
—Pues no, listo. Que no todos piensan con la polla.
—Ese sí, créeme. Y lo sabes.
Ella rio, y se levantó y se puso a mi lado. Casi encima.
—A ver cómo te lo digo para que me creas —susurró y me puso la mano sobre mi paquete. Te juro por la paja que no te he hecho que no me lo he follado.
No, no me hizo la paja.
Cuando le llevé la mano sobre mi polla solo la puse por encima, sobre mi bajo vientre. Deseé que ella tomara la iniciativa, y por un momento lo hizo, movió la mano jugando con mi escaso vello púbico. Mientras cambiaba sus ojos del polvo que estaban echando Lourdes y Marcos a mi polla dura. Yo no hice nada. Ella siguió moviendo los dedos, hasta que la vi morderse el labio. Y en ese momento suspiré. Y ella lo notó. Y Lourdes dio un grito y Marcos un bufido. Y nos separamos. Y después hicimos el juramento de silencio.
—Está bien, entonces te creo —dije—. Pero te lo follarás uno de estos días, ya verás.
—Bueno, no digo que no. —Respondió—. Pero a lo mejor también te hago esa paja uno de estos días.
Me dio un beso en la comisura de los labios y se marchó a vomitar al baño.
No pude hacerme la paja, no con ella vomitando al lado y después de todo aquello. Puse un canal de viajes y me quedé dormido en el sofá.
El día siguiente fue infernal. ¿Mi trabajo? Fotógrafo de modas e interiorismo. Era lunes y tocaba una sesión ¡de lencería!. Lo peor que podría pasarme en un momento así.
Sobra decir que no me concentré y tardé mucho en terminar toda la sesión. Llegué a casa pasadas las seis de la tarde y me encontré a mi familia en la pequeña piscina. Los tres.
Mi hijo me insistió en que me metiera con ellos y tuve que hacerlo. La piscina, profunda pero pequeña, propicia para los roces.
Pregunté a todos qué tal el día.
Mi hermana casi todo el día en la cama con resaca.
El niño en el campamento de verano.
Mi mujer con papeleo del negocio. Ella llevaba las cuentas de mi pequeña agencia de fotografía.
—Tengo una buena o mala noticia, según se mire —dijo seria.
—Dispara —contesté.
—No sé si vas a poder venirte de vacaciones.
—¿Cómo?
—Me ha llamado, Lolo, el del equipo de básquet.
—¿Y?
—Necesita una sesión con toda la plantilla.
—¿Y?
—Que tiene que ser este fin de semana.
—¿Y?
—Basta de «y» —dijo furiosa—. Ya sabes que no podemos decir que no, es un cliente demasiado importante.
—¿Y por qué no has hablado con José para que lo cubra él?
—Lolo solo te quiere a ti.
—Genial, pues al carajo las vacaciones.
—Bueno , puedes venirte el lunes.
—Pero si nos íbamos el miércoles y volvíamos el martes, ¿no? —Protesté— ¿Qué días dices que tengo que hacer la sesión?
—Viernes, sábado y creo que la mañana del domingo.
Suspiré, furioso, estaba agotado y me apetecía desconectar. Aunque solo fueran unos días en casa de mis suegros.
Volví a suspirar.
Espera.
¿Casa de mis suegros?
¿Trabajo con el mejor equipo de básquet de la zona?
¿Mi hermana y yo solos en casa?
Esto último lo tuve que repensar.
¿Eso era un pro o un contra?
—Venga Tate, yo si quieres te ayudo con el trabajo, puedo ser tu asistente —dijo mi hermana. Y con un poco de suerte conoceré a los jugadores, ¿no?
La miré resignado, nervioso.
Miré a mi hijo y le cogí en brazos.
Los dos días siguientes transcurrieron parecido, trabajo por la mañana y piscina al llegar a casa. Entre mi mujer y mi hermana noté como un grado más de complicidad de lo habitual. Incluso un día se fueron ellas solas a la cala nudista por la mañana. Sin dar detalles, claro.
El jueves, se marcharon mi mujer y mi hijo al que abracé como si no fuera a ver más y al que pedí que se portara bien.
—En septiembre nos iremos tú y yo solos, ¿vale?
Él asintió sin decir nada.
Nos quedamos solos mi hermana y yo. Era la hora de la comida y la invité a comer fuera.
—Bueno, ¿lo estás pasando bien?
—Pues claro, muy bien.
—¿No has quedado con Mario?
—Qué obsesión tienes.
—¿Obsesión? Si no te he vuelto a decir nada.
—Sí, tu mujer me dijo ayer que se lo volviste a comentar.
—Buah, pero ese fue solo un comentario.
—¿Quieres que quede con él? No para de escribirme para que vayamos a la playa.
—Por mí puedes hacer lo que quieras.
—Vente conmigo.
—¿Yo? ¿Para qué? ¿Para sujetar una vela?
—Eres tonto, y no me has dejado ni explicarte lo de la otra noche.
—Es que lo de la otra noche fue muy fuerte, sister.
—Vaya que sí lo fue, se nos fue la olla bastante, eh —dijo riendo.
La miré avergonzado, pero también me inundó una ola de simpatía y rompí a llorar.
—La petarda de Lourdes la que lió.
Reímos juntos.
—Te voy a confesar un a cosa pero no te vengas arriba —dijo.
La miré con los ojos como platos.
—Si no se llega a correr en ese momento, creo que te la hubiera agarrado.
¿Sabes ese momento de las películas donde los protagonistas escupen lo que están bebiendo porque se atragantan?
Pues exacto, lo mismo hice con el vaso de agua que estaba bebiendo.
Y no quedó ahí la cosa, porque lo hice sobre la camiseta de mi hermana que, casualidades, no llevaba sujetador.
Se levantó al baño y al volver había arreglado más o menos el estropicio, pero el pezón se seguía marcando. Sobre todo el derecho.
—¿No me jodas que lo dices en serio?
—Joder tío, el momento, yo que sé. ¿Tú sabes el tiempo que hace que no …?
—Follas
—¡Qué tacto tienes, hijo!
—¿Y por qué no te lo haces con Mario, si lo está deseando?
—Pues porque no me gusta como me debería gustar.
—¿Y eso? Si me gusta hasta a mí.
Esta vez fue ella la que casi se atraganta.
—Pues fóllatelo tú.
—Un día que esté borracho.
—Estás fatal.
—Sí, en eso tienes razón —dije y me acerqué a su oído—. Fíjate si estoy mal que hasta quise que mi propia hermana me hiciera una paja.
Ella me empujó la cara, cariñosa, divertida.
—Venga, vamos a la playa esta tarde.
—¿Tú y yo?
—Sí, ¿o quieres llamar a Mario? —Preguntó.
—Escucha, ¿me dejarías hacer de Celestino? —No sé porqué dije eso. Al menos en ese momento. Luego adiviné el por qué.
—Qué pesado…
—Es que es muy buen tío, y está bueno, joder.
—Vaaaale, pesado. Pero le avisas tú, que no se confunda.
—¿La otra noche fue cuando decidiste que no te gustaba?
—Pues claro, como bien dices, es buen tío, y está muy bien. Pero es obvio que no tiene abuela. Y a tu amiga Lourdes se la ha tirado más de una vez y más de dos.
Confirmó algo que era una secreto a voces.
Así que por la tarde, nos fuimos a la playa. Pero no solo avisé a Mario, sino que avisé a todos, a todos menos a Lourdes.
Pero solo pudieron venir Jesús y Elisa, y Lidia. Marcos tenía trabajo, y se estuvo lamentando por Whatsapp todo el tiempo que pasamos allí. Sobre todo porque le dije que íbamos a la cala de al lado y Elisa se animaba.
Lo dije de broma, pero una vez allí todos, Lidia me llevó aparte y me dijo que si de verdad quería ir a la cala.
—Era broma, para picarle.
—Ajá —dijo como decepcionada.
—¿Quieres ir?
—Sí, la verdad es que sí.
Eran casi las ocho, y estaba cerca la hora de las brujas.
—Si quieres ir, tienes que proponérselo tú a Elisa y ya me apunto yo o mi hermana o lo que sea.
Ella aceptó y lo propuso. Jesús y Elisa se sorprendieron y yo me hice el sorprendido.
—Qué vicio tenéis, ¿no? -Dijo Jesús—. Pues yo me apunto
Elisa lo fulminó con la mirada.
—No, tú por listo, te quedas con el niño y voy yo.
No hubo discusión.
Empecé a hacer mis labores de celestino.
—Mario, sister, os animáis.
Mario dio un salto y ofreció la mano a mi hermana, que de mala gana se la aceptó.
Así que Jesús se quedó mirando como su mujer se iba a una cala nudista en la que el sexo era el pan nuestro de cada día.
Cuando llegó la hora de subir por las rocas, Mario quiso ayudar a mi hermana, pero esta no se dejó. Yo estaba bastante desinhibido así que ayudé a las dos mujeres, con sendos panderos que magrear.
Cuando cruzamos a la cala, me puse entre ellas dos y las cogí a cada una de una nalga.
—Lo que pasa en esta cala se queda en esta cala.
Lidia me miró divertida y Elisa medio asustada, pero no rehuyó el contacto.
—¿Por qué no ha venido Lourdes? —Preguntó Elisa.
—Porque mi hermano no la soporta —dijo mi hermana.
—Es que es un poco tocapelotas —me excusé.
—Literal —corroboró ella.
—¿Cómo? —Preguntó Lidia.
Mario reía.
Yo reía
Mi hermana reía.
Nos sentamos en mitad de la playa los cinco.
Mi hermana en una esquina, seguida de Mario, Lidia, yo y Elisa a mi derecha.
El agua golpeaba nuestros pies y la brisa era muy agradable.
Giré a la cabeza y al fondo, tras la roca, parecía empezar el movimiento.
—Mario, no sé si las señoritas se escandalizarán, pero allí hay una pareja o algo más follando.
Mario miró y rio.
—No creo que a estas alturas de la vida se escandalicen. ¿Verdad chicas?
—Mi marido me contó el otro día que visteis a una chica con dos ¿verdad? —dijo Lidia
Asentí.
—A ver, Lourdes tenía parte de razón —dijo de nuevo-. ¿Cómo es que no hemos follado aún entre nosotros?
Dicho esto, le puso la mano a Mario sobre la polla y empezó a acariciársela.
—Lidia, joder —Mario se apartó—. Porque somos amigos y si nos liamos a follar, dejaremos de serlo y se joderá todo.
—Pus a Lourdes bien que te la follas y no se jode nada —dijo Elisa.
Mario se quedó de piedra, pero supo contraatacar.
—A ver, vale, sí. Pero Lourdes está soltera y yo también. No habrá malos rollos con vuestros maridos ni nada.
—No si yo estoy muy bien con mi Jesús, pero aquí la amiga Lidia dice que tiene que probarte antes de morirse.
Lidia miraba con ojos de cordero degollado a Mario, que no sabía donde meterse.
—A ver, chicas, lo primero es que aquí hay dos hermanos y sería un poco incómoda la situación ¿no?
—Por mí no te cortes —dije divertido, no era lo que había planteado, pero este era mucho mejor plan—. Hay confianza.
—Sí, no te preocupes Mario, el otro día vimos como se tiraban a la chica esa mi hermano y yo. No pasa nada.
Mario estaba con la boca abierta, como en estado de shock. Al igual que yo, él no se esperaba esta encerrona. Encerrona que completamos entre mi hermana y yo.
—Venga vamos —dijo ella—. Al final de la cala estaremos mejor.
Le ofreció la mano a Mario que, esperanzado de que pudiera tener algo con ella, la siguió como un autómata.
Yo ayudé a levantarse a mis dos orondas amigas, y volví a agarrarlas del culo y a seguir a mi hermana.
Al llegar a la roca nos encontramos con un espectáculo que no había presenciado nunca. Un trenecito de tres chicos que no paraban de dirigirse improperios mientras se penetraban el uno al otro. Buscamos acomodo entre otras dos rocas y una vez allí, Mario intentó besar a mi hermana que le hizo la cobra.
—Tschh, primero a ella —dijo señalando a Lidia.
Lidia, que vio el cielo abierto no tardó ni dos segundos en agacharse a por la polla de nuestro amigo. Mi hermana por detrás le empujaba el culo y él se dejó llevar.
Una mamada es una mamada, y seguro que pensó que sería el calentamiento previo a follarse a mi hermana.
Yo estaba cachondo y la situación lo requería, así que empecé a meter mano en el enorme trasero de Elisa que me miró estupefacta. Tras unos segundos de sorpresa se dejó hacer.
¡Ay, Jesús!
Nunca mejor dicho.
Cuando Mario ya estaba en su máximo esplendor, se olvidó de mi hermana. Empezó a follarle la boca a Lidia que disfrutaba como en su vida.
Elisa parece ser que tuvo envidia y la imitó.
Se arrodilló y empezó a chupármela de una forma bestial.
Yo también me olvidé de mi hermana.
Me olvidé hasta que se puso detrás mía y empezó a susurrarme en el cuello.
—¿Te lo estás pasando bien, Tate?
Me giré y me encontré con su boca a milímetros de la mía.
—Me lo podría pasar mejor —no me iba a amedrentar a esas alturas.
—¿Ah, sí? ¿Cómo?
Dejé a un lado las palabras y pasé a los hechos.
La cogí del culo y la apreté con toda mi fuerza contra mí.
Noté sus tetas sobre mi pecho, su coño sobre mi cadera.
Y la mordí el labio.
—Lo pasaría mejor si tú ocuparas el lugar de ella.
--¿De cuál de las dos?
Reí.
Rio
—De la que prefieras.
—Dímelo.
—De Lidia
Le cambió el rostro, de morbo a decepción.
Se separó.
—Espera.
Se fue.
Mi polla empezó a desinflarse. Elisa me miró como pidiendo explicaciones.
Quise irme tras de ella. No fui capaz. Al otro lado, Mario follaba a Lidia a cuatro patas con fuerza. Cogí a Elisa en volandas y me agaché para comerla su peludo coño.
No tardó ni cinco minutos en correrse en mi boca.
Me besó y me dijo que le gustaba desde el primer día. Y a nuestro lado Mario seguía follando con fuerza a Lidia.
Miré a Elisa.
—Lo que pasa en esta cala…
—…se queda en esta cala.
Volvimos a la otra playa.
Cuando llegamos no había nadie, solo las cosas. Miré el móvil y en el grupo había un mensaje de Jesús diciendo que el niño estaba muy cansado y que lleváramos a las mujeres a casa, que él llevaría a mi hermana que también se encontraba mal.
Mario se encargó de llevarlas y yo me fui disparado a casa. Al llegar no estaba.
La llamé por teléfono y no me lo cogió.
Insistí pero nada.
Me fui a la ducha lleno de rabia y cuando salí me la encontré en el salón, viendo la tele.
—¿Se puede saber qué te pasa?
—Mañana me voy.
Me puse delante de ella tapándola la tele, con la toalla.
—¿Por qué?
—Quítate, no me dejas ver.
Me quité la toalla de la cintura quedándome desnudo delante de ella. Recién duchado, perfumado y depilado.
—¿No prefieres ver esto?
Ella me miró y vi el brillo en sus ojos.
¿Continuará?
Por Darthmaul
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